-Todo se trata de la superficie. Eso es lo que asusta.
Esa mañana muy temprano entraba una luz azul por el ventilete
de la cocina que se volvía anaranjada entre mi pullover de lana gruesa verde y
mis manos sobre el termo caliente. Una sensación me recorría el cuerpo, tu piel
entre las sábanas rosas desgastadas. Ese desgaste que hace que la textura se
vuelva casi transparente. Sábanas con pelotitas.
-Tardé en salir. Llovía. Me apoyé contra la pared húmeda
para leer tus mensajes. Las gotas quedaban sobre la pantalla. Ahora que lo pienso
todo me parecían señales.
Esa parte de la ciudad estaba como en espera. Cada balcón,
cada ventana. Gente que piensa en adentros y afueras. Miles de ojos
parpadeantes, miraban.
-Subí al colectivo. Guardé el teléfono. Vos ibas a dormir un
rato más. Te imaginé otra vez. Tu mano sobre la almohada. Cuando bajé en la
Torre de los Ingleses llovía desconsoladamente. Todo resbalaba: pies, asfalto,
brazos, bolsos, carteras, cortezas, criollitos, gritos. Nuestra columna se iba armando
de a poco.
El paisaje era extraño. Las estaciones de servicio, en vez
de autos en cola para cargar combustible, albergaban a centenares de personas
que se refugiaban del agua. Una niña comía un pedazo de pan todo babeado, una
señora mayor con el pelo recién teñido pasaba el mate, un grupo de hombres se
miraban las remeras nuevas con inscripciones a colores.
-No podía dejar de ver cómo se volvía confuso qué era lo que
mojaba los rostros. Reconocí tu sonrisa al otro lado de la calle.
Yo estaba ahí para abrigarte entre mis ojos dormidos y
abrazarte del frío. Pero Buenos Aires se dividía entre esperar a la ex
mandataria o vituperarla frente a la tv. Bajo el balcón de su departamento ella
también agotada saludaba a las multitudes mojadas de lluvia y llanto.
-Te agarré del brazo fuerte, buscaba otro lugar entre tantos
rostros familiares desamparados. Quería que tu campera nos pierda. Quería
llegar con vos por primera vez a la pirámide de Plaza de Mayo, salir del
confort de cada manifestación lésbica para reunirnos en esos icónicos ladrillos
blancos rebalsantes de historia. Las dimensiones extraordinarias de la
muchedumbre debían por fin hacernos saltar de algarabía y sentirnos libres de
los ojos que se escandalizan por un nuevo amor entre sus frentes endogámicos.
Caminamos por las veredas cuadriculadas. Hacía poco nuestros
cuerpos tenían la cómplice intimidad del deseo. El paso ligero, la zancada, y
luego ya por desafuero andamos a puros brincos por la calle canturreando eso
que no sólo yo y vos conocemos. Oigo tu voz grave alzarse por primera vez sobre
el promedio general. Las centenares de banderas flamean con los colores celeste
y blanco mientras el cielo insiste en hacer composé. Por fin, las flamantes
pancartas lograron despejar la nube gris de tormenta eléctrica. Cristina está
dispuesta a hablar. La presentadora, la voz de locutora nacional avisa que está
llegando con sus tacos aguja en alto y sus pulseras doradas. Cristina siempre
tiene las uñas muy largas, aunque ella siempre se jacte del maquillaje tupido
que le envuelve la mascarada de mujer. La señora locutora advierta a las masas.
El cielo espeso abre el lugar, la épica peronista agita más y más bombos.
Nosotras nos tenemos fuertes y murmurás al oído con la voz
casi quebrada y el lugar común de las lágrimas, los ojos:
-En ese árbol me trepé con mi hermano la última vez que la
vi. Nunca hice esto con una chica.
-¿Nunca?, te pregunté incrédula.
Negaste con la cabeza y me diste un beso tímido, de poco
apoyo entre nuestros labios, y seguiste mirando el árbol. Un gran Magnolio.
-Subamos, te ordené.
Un Magnolio es un árbol extraño, existe antes de que
existiera siquiera la idea de árbol y de su nombre. Tiene una comunidad secreta
con los escarabajos. Y una aún más profunda con las voces antiguas. La torpeza
de la subida me recordó la torpeza de nuestros primeras cogidas, una mezcla de
danza guerrillera y poses de películas románticas butch-femme. Sentadas con los
pies colgando en el vacío te toqué el torso del dedo meñique. Estábamos listas.
-Corrimos por toda 9 de Julio, yo sentía que la ciudad se
volvía convexa como cuando mirás por el culo de una botella vieja. Me rozaste
con el brazo, te apoyaste a mi costado, te inventaste una amante próxima e
insistente, me dijiste que te habías hecho torta por Cristina. Te miré los ojos
negros aparecer bajo la gorra.
Habíamos salido a pegar carteles en las paredes:Populismo
Cuir. Ahora y siempre. Vos organizabas a las compañeras del conu, yo me
enchastraba con el engrudo. Ahora ahí entre las ramas me acordaba de todo. Vos
subida en una baranda entre el vacío y la vereda, yo entre tus piernas, mis
brazos en tu cintura, te besaba el cuello y las tetas. Alrededor las pibas
gritaban contra la Iglesia y los curas, retrocedían los antimotines. Me
agarrabas del pelo y me pasabas la lengua sobre los labios. Cayó la primera bomba
de gas lacrimógeno. Una ironía de la política militar.
Entonces todo el Magnolio tembló. Cristina se despedía en el
alto parlante, con voz afónica erizó la piel tuya y mía, mi brazo peludo se
debilitó en la conmoción. Nos sujetábamos en un delicado pero preciso
equilibrio sobre la rama sin florecer. Y todo el sonido de la plaza escuchó:
-Me voy pero dejo un pueblo empoderado.
Los bombos enloquecieron, las latas de cerveza cayeron al
piso, las parrillas volaron por los aires, explotaron las vidrieras y los
árboles, incluso el nuestro se abrió en dos. La tierra se sacudió. Nuestro
árbol se desgajó como una margarita y quedamos dentro. No estábamos atrapadas,
llegamos a su corazón. Y cuando sin soltarnos las manos logramos mirarnos a los
ojos, con la tierra en la cara, la gorra perdida, y tus fuertes piernas
soportando el peso de nuestros cuerpos y el gran magnolio exhaló y nos expulsó
de un escupitajo al otro lado. Todo ocurrió en un tiempo impreciso, los llantos
de bebés inundaban nuestros oídos, la voz afónica de Cristina seguía rebotando
en cada cabecita negra, las bocinas y las ambulancias buscaban con ahínco otros
cuerpos que no eran los nuestros. Las alarmas chillaban, las pibas ya no
estaban entre nosotras. El Magnolio nos catapultó a esta tierra sin tierra. A este
planeta llamado Imperial.
***
Imperial está habitado por sujetos curiosos que no tienen
orejas y las cebollas crecen en lugares inesperados. Los cuerpos que se mueven
a nuestro alrededor evitan el contacto visual, la membrana más superficial que
tienen, los ojos, son su única mucosa abierta al exterior: pero es intocable.
-De repente entendí esa obsesión por la interioridad. El
miedo a las superficies de pieles en contacto.
Los seres de Imperial son bastante parecidos entre sí.
Uniformados se asemejan a los trolls de pelo blanco crispado hacia las nubes,
como nubes. En el hueco de los oídos las orejas se reemplazan por labios finos.
Se incrustan unas sonrisas desdentadas a ambos lados de sus rostros caucásicos.
Su lenguaje resulta demasiado lineal y obvio para todas las significaciones
conocidas, y no se emiten por la zona de la boca humana, sino por la que
corresponde al ecuador de la cabeza de labios finos. Estos seres de pelo blanco
no entienden la afirmación que gritamos por las avenidas anchas de un territorio
sin anillos. Este despoblado territorio, no obstante, tiene el portal que versa
“no hay voluntad, sólo deseo”. Al pasar por el portal con las esfinges de
caballos una podría volver el tiempo a las verdades amarillas, dicen las bocas
de sus oídos.
Era de noche cuando llegamos. Tardamos unas horas en ser
identificadas. No había dudas, esta es una sociedad ritualista. Rápidamente
como si nos conocieran de toda la vida nos pusieron en una especie de escalera
mecánica sin escalones que se parecía a los discos de pasta. Instintivamente miramos
hacia arriba en busca de la púa. No había. El frío nos pegaba los huesos de la
espina dorsal a los músculos del abdomen. Primero conocimos una “Plagiadora de
emociones”. No es una ironía, el título estaba pegado en la pared de su cocina.
Le pareció extraño nuestra insistencia de dormir juntas. Pero nos pidió permiso
para tomar muestras de piel en el momento del sueño. Nos contó que de esa
manera podía replicar las sensaciones para volverla una imagen afectiva.
Luego, por el mismo sendero mecánico, nos enviaron a la Gran
Biblioteca, un laboratorio donde encontramos seres similares a nosotras. Pero
no sabían nada del Magnolia. Eran réplicas. O no y el paso por Imperial les
había dejado aturdidos y apáticos. Nos trajeron a un traductor que decía que venía
de París pero que era como nosotras del Gran Movimiento. Nos dimos cuenta que
mentía. Nos pusieron frente a micrófonos a hablar. Les hacía gracia no
escucharnos. Nos miraban con pudor, sorna y morbosidad. Ninguna de las dos se dio
el lujo de sudar.
-Nos tocamos por debajo de la mesa, como en los viejos
tiempos, para escondernos de sus membranas y para mantenernos vivas. A cambio,
nos dieron una casita de cuentos que intuimos que estaba vigilada. Disfrutamos,
de todos modos, de susurrarnos a los oídos frases cortas y amorosas y escribir
en silencio. Éramos cobayas y más adelante sabríamos que siempre lo habíamos
sido. Ahí también comenzamos a planear nuestro gran temblor. En ese mundo que
éramos inaudibles encontraríamos la manera de sacudirlo hasta sus entrañas.
Hace unos días llegó una nueva criatura de pelo gris, y como
las otras, de triple boca. El Librero no quiso robarnos la piel ni pedirla
prestada por la noche. Tenía un plan secreto para devolvernos a nuestra
dimensión y quitarnos por fin de esta calecita. Se acercó con unas hojas de
papel de cigarro en la mano y nos hizo leer en un idioma perfectamente
reconocible las palabras de una ZAMI: las letras se dibujaban en las
transparencias escritas con limón. Como todos los de su especie El Librero
quería comprender qué significaba. El texto repartido en varias hojillas,
decía:
“Los científicos habían descifrado el código Lineal B que
les permitió leer la escritura minoica antigua. La víspera de la visita a mi
casa de los agentes del FBI, que no pasaron de la puerta, Eva Perón había muerto
en Argentina. Pero de alguna maneranosotras representábamos una amenaza para
el mundo civilizado”.
Populismo Cuir, 2017
Pancarta
Ficción Social
Otras piezas-manifiesto de Sacchi-De Santo exhibidas en la exposición:
Megafauna, 2017
Video (11:34 min)
Ficción social
Cámara y texto: Sacchi - De Santo
Voz y mezcla de sonido: Romina Azzigotti